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P.M. El chico del café


Estoy buscando a “P.M.”. No es un familiar, no es un amigo, no es un ex, no es nada tan cercano a mí (ni lo ha sido). Es un chico que, hace un mes, conocí en un café.
Como casi siempre, yo había ido al Starbucks después de mis clases para escribir y/o hacer algún trabajo. Dentro del café había tres mesas con dos sillas cada una (mesas para dos), estaban casi juntas y pegadas a la pared.
En la primera mesa, de izquierda a derecha, había una chica leyendo un libro y bebiendo de a sorbos un té. En la mesa contigua había un hombre con su laptop en frente y un café al lado. Parecía tener entre veinticinco y treinta años. Menos que eso no, pero más, quizás. Tenía puesta una camisa rallada, un pantalón de tela cuyo color no recuerdo bien, y unos zapatos marrones.
La tercera y última mesa, la que estaba arrinconada, estaba desocupada, así que caminé hasta allá y le pregunté al chico que estaba en la mesa del costado si ese lugar lo estaba ocupando alguien. No me respondió. Lentamente levantó la mirada hasta fijar sus ojos en los míos. Y después de unos segundos más de silencio, me dijo, -Está libre-.–Ah ya, gracias- contesté. Me saqué la mochila que traía puesta y me senté. Puse mi laptop sobre la mesa, tomé mi billetera, y me fui a comprar un café helado (frappuccino).
Una vez en mi sitio comencé a hacer un trabajo acerca de “la visión y misión de una empresa”, tema que aún no tenía tan claro.

Pasaban los minutos y yo buscaba por todos lados información al respecto, pero jamás encontraba algo que satisficiera al 100% lo que necesitaba. En un momento, el chico que estaba casi a mi costado (el de la mesa de al lado), me preguntó si le podía cuidar sus cosas un rato porque se tenía que ir un momento al servicio. Así me dijo, servicio, no baño. –Normal- le dije, él se levantó y se fue.
Después de unos minutos regresó. Mientras tomaba asiento me agradeció y sonrió. Yo seguí haciendo lo mío pero, por momentos, me sentía observada, atisbada. Yo, viendo de reojo, me di cuenta que me miraba (el chico), no todo el tiempo, pero si unas cuantas veces. No le tomé importancia y me paré para ir a comprar un sándwich y, solo por puro gusto, le pregunté si podía cuidar mis cosas.
-¡Claro!- contestó él-no te preocupes-. Entonces me fui.
Al regreso, me di cuenta que no había avanzado absolutamente nada con relación al trabajo que debía hacer, de manera que le escribí a mi amiga Lorena para que me ayude. Para mi suerte, ella estaba cerca y podía ir a donde estaba yo, así que diez minutos después llegó y se sentó junto a mí; en realidad se sentó frente a mí ya que, como dije antes, son mesas para dos, y las sillas están una frente a otra.
-Lorena, cuando me dicen “visión y misión”, exactamente ¿Qué es lo que debo poner?
-Oye, eso es al toque. Se supone que visión debe ser a lo que tú deseas llegar, lo que tú ves para tu empresa más adelante. Y misión, a lo que se dedica, pues. ¿Entiendes?
- Sí, sí. Pero mi profesor me había dicho que en la misión debo mencionar, lugar, tiempo  y a quiénes se dirige la organización. O no recuerdo bien qué cosas.
-Ah eso si no sé.
Como la ayuda de mi amiga no fue suficiente, yo seguí buscando con la esperanza de que, en algún momento, mi duda se iba a aclarar.
Pasados unos minutos se acercaron dos hombres a la mesa del chico. Lo saludaron y se pusieron a hablar sobre las clases. Me imaginé que eran sus amigos.
Un rato antes le había contado a Lorena que quería hablarle y preguntarle a ese chico acerca de mi duda, ya que tenía cara de “saber algo”, pero no me atrevía a hacerlo.
Parecía que sus amigos y él ya se iban, pero yo, mirándolo disimuladamente, lo noté medio raro. Aparentaba no querer irse, se demoraba en guardar sus cosas, y me miraba inquieto. Estaba nervioso. Quizá estaba esperando a que yo le diga “No te vayas”, o alguna otra cosa parecida. Pero no lo pensaba hacer.
De pronto, él se volteó y me miró osadamente. Yo solo giré la cabeza y también lo miré. Abrió la boca y me dijo:
-Una ayuda. Cuando hablas de visión tienes que poner…. Y cuando hablas de misión es que….
-Entonces, ¿Eso es todo?
-Sí… ¿Entendiste?
-Sí, sí. Gracias…
-No te preocupes. Noté que necesitabas ayuda…
No le dije más, ni el a mí. Me había quedado sin palabras. Jamás me había ocurrido algo tan curioso como aquella situación. Y no sabía ni su nombre, no sabía quién era, no sabía nada de nada.
Tomó sus cosas, se paró y justo antes de que dé un paso más, le pregunté:
-Por cierto… ¿Cuál es tu nombre?
-P… P.M. ¿Y tú eres…?
-Lucía Vásquez.
-Ok, mucho gusto, Lucía.
-Igualmente, P...Adiós.
-Adiós…
Y se fue.
Nunca más lo he vuelto a ver, no sé qué será de su vida. Me gustaría volvérmelo a encontrar, me gustaría agradecerle una vez más. Quizá algún día nos volvamos a cruzar por alguna parte, quien sabe, posiblemente en algún café.

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