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Y tú, ¿Conoces a Miranda?

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Luciana está emocionada, es su primer día de clases en el cuarto grado de primaria. Se despierta muy temprano, se baña, se pone su ropa nueva y espera ansiosa a que la movilidad la recoja de su casa.

Llega la movilidad, Luciana sube y ve a los demás niños con sus uniformes nuevos al igual que ella.No conversa con nadie, está sentada mirando por la ventana, y piensa en cómo será su primer día, si habrán nuevos profesores, asignaturas más difíciles, pero sobretodo, compañeros nuevos.

La movilidad llega al colegio, y la primera en bajar es Luciana, bajó tan deprisa que se tropezó y se estampó la cara contra la vereda, sin embargo, eso no la detiene, se pone de pié y entra a paso veloz por la puerta del colegio saludando con una gran sonrisa a todos.

El momento de la verdad II

Yo esperaba un grito, una palabra, un gesto, algo, pero no. Mi padre solo se puso de pié, fijó su mirada en la puerta de mi habitación, caminó hasta ella, y se retiró cerrándola suavemente. Solté un suspiro y me dije a mí misma: “Pudo ser peor, ha reaccionado…normal, seguro mañana hablaremos con más calma”.
No pasaron ni dos minutos y escucho un “PUM!”; me asusté, quería voltear para abrir la puerta y ver qué pasaba allá afuera, pero no pude hacerlo, ya que al momento de voltear, mi puerta ya estaba abierta; así es, mi padre había hecho el “PUM!” al abrirla de un porrazo. Su cara era un tomate, sus manos ahora eran puños y poco a poco empezó a inflar su pecho.
Yo estaba sentada en la silla de mi escritorio, lo miré y contuve el aire, no quería emitir ruido alguno y/o hacer un movimiento en falso.

¿Que tanto miras?

Es de noche, casi las 8 y no hace mucho frío. Me aburrí de estar en mi habitación, decido salir a la terraza, corro las rejas, abro la puerta, y siento el aire nocturno. Tengo puesto un jean, un polo rosado, encima una chamarra, y en los pies unas medias marrones y unas pantuflas del mismo color, finalmente, mi ipod en la mano. Doy unos pasos hasta ese pequeño “techito” de la terraza, me siento bajo de -lo mencionado antes de la coma-, tengo la espalda contra la pared y las rodillas flexionadas, me pongo los audífonos y empiezo a observar…

Monjas locas

Hace una semana estaba en un taxi yendo a casa. El semáforo se puso en rojo, yo como siempre, súper observadora, miro por las ventanas del coche. Miré a la izquierda, nada interesante, solo otros vehículos. Miré a la derecha y cuando creí ver más vehículos, pude notar algo muy gracioso, según yo. Era un bus blanco, solo un poco más grande que un coche normal, y dentro de él habían dos monjas riéndose y moviéndose alocadamente (supongo que habrá sido una especie de baile). No pude dejar de mirarlas, y tampoco el taxista, era una escena muy divertida, primero porque nunca había visto una monja al volante, y segundo porque estaban riéndose y moviendo los brazos como si fueran a salir volando de su asiento. Más divertido fue cuando el semáforo se puso en verde, todos los coches avanzaron, menos ese, parece que la monja recién estaba aprendiendo a manejar porque se pegaba al volante casi abrazándolo y estaba acelerando y frenando, acelerando y frenando, todo poquito a poquito, y eso hizo que muchos empiecen a tocar el claxon, pero a pesar de eso, ellas siguieron en lo suyo.

El momento de la verdad

Primera opción, no decírselo a nadie y llevarlo con normalidad, evitando así un gran “escándalo” para los que me rodean., por ahora…
Segunda opción, contárselo de una vez a las personas más cercanas, incluyendo a mis padres, ser súper fuerte, y soportar todo lo que me fueran a decir y/o querer “prohibir” (no podrían), para finalmente darle origen a un sinfín de discusiones.

Esas eran mis dos opciones, y después de largos minutos meditando, escogí la primera.
Uno de los argumentos que tuve a favor de esa primera opción, fue porque no iba a soportar más disgustos por parte de mis padres, hacia mí. Claro que no puedo generalizar, el que realmente me intimidaba, era mi padre, siempre queriendo que haga todo a su manera, mi madre podía pensar de la misma manera que él, sin embargo, ella era más calmada y generaba más confianza.

Una chapa en la arena

Son las cinco de la tarde, Mario y Fiorella están caminando por la orilla de la playa Agua Dulce de Chorrillos, no hay mucha gente por ahí, solo parejas sentadas en la arena esperando la puesta de sol y algunos niños intentando volar cometa con sus padres. Los dos están de la mano y cada uno sujeta sus zapatos con la otra, con cada paso van dejando sus huellas impregnadas en la arena mientras el mar las borra cada cierto tiempo. Durante aquella andanza, Fiorella se inca el pié con la chapa de una botella de cerveza, ella deja caer sus zapatos y se sienta en la arena porque ya no desea caminar, Mario sujeta el pie de Fiorella y empieza a acariciarlo lentamente para producirle un poco de alivio, le da un beso y le dice que la ama. Ella parece no haber escuchado, lo mira y le pregunta si es que algún día podrán ir a una de esas playas del sur de las que mucha gente habla.