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Emilio, mi principe azul, te extraño


Desde hace unos días estoy pensando mucho en Emilio. No es que haya días que no piense en él, Emilito siempre está presente en mí, pero siempre que lo recuerdo es con una sonrisa. Estos días lo he pensado y me he sentido, me siento, triste.


Yo sé que él siempre está a mi lado, pero extraño poderlo ver y sentir físicamente. Abrazar ese pequeño e indefenso cuerpecito y llenarlo de besos. Mirarlo a los ojos y toparme con la mirada más tierna que he visto y veré en mi vida. Sus ojos siempre estaban brillando, y reflejaban una paz infinita, una ilusión de vivir única.

Cuando lo tenía en brazos, no podía dejar de admirarlo y soñar con todo lo que haría con él mientras crecía, las navidades que pasaríamos juntos y cómo le enseñaría a disfrutarla al igual que yo. Las reuniones familiares a las que iríamos y yo diría “miren, él es mi primer hijo, el príncipe azul que tanto esperé”. Creo que por eso siempre fui y seré celosa con mis hijos, porque son mi más grande tesoro y tengo miedo de perderlos. Y aunque a Emilio no lo he perdido, me hubiera gustado poderlo tener más tiempo conmigo y descubrir más cosas de él como su primera carcajada, su primera comida, su primer “mamá”, así como ya lo he pasado con Emma, y ahora es que me he dado cuenta que el tiempo está volando y a veces es cruel, porque me hace alejarme de sus recuerdos más lindos. Yo aún tengo la esperanza de que algún día despierte y Emilio esté aquí con nosotros, con Emma y su otra hermanita que está por venir, pero en vez de eso, pasan y pasan los días, y es un día más sin ver a mi amorcito chiquito mayor.

Yo sé que tengo tres hijos, y me encanta decirlo con orgullo, pero a veces por decirlo tan feliz: “Soy mamá de 3 bellos bebés”, me miran la panza, luego miran a Emma y me dicen “ya…y dónde está el otro?”, y  yo les contesto que el tercero es el mayor, y que es un angelito, a lo que me responden con un “lo siento mucho….”. Yo no quiero que lo sientan mucho, yo quiero que todos vean que él está acá, pero claro, es imposible, porque no lo pueden ver físicamente y creen que el que haya muerto, es un indicativo de que simplemente “desapareció” y no existe más.

A veces me molesta muchísimo tener que mirar siempre las mismas pocas fotos de Emilio una y otra vez y no tener más. Es por eso que desde que Emma nació no he parado de tomarle fotos y filmarla haciendo lo que sea.
Con Emilio no viví cada día como si fuera el último, yo jamás pensé que algún día se tendría que marchar, por eso ni me molesté en capturar momentos para volver a verlos más adelante. Sin embargo, todos esos recuerdos están grabados en mi cabeza y en mi corazón.
Lo malo, es que aunque no lo quiera, esos bellos recuerdos están al lado de los peores momentos que viví, como los últimos días, esas semanas en las que de a pocos, sin darme cuenta, nos fuimos diciendo adiós. Por más que no quiera pensar en eso, tengo días en que me acuerdo todo con demasiada claridad, y no es por masoquista, sino que aunque uno no tenga la culpa de nada y tampoco los demás, siempre repasas las cosas una y otra vez y “tratas” de ponerle peros a todo y decir que la situación “no hubiera terminado así si…” quién sabe.
Y luego de eso, comienzas a pensar “cómo sería todo si jamás hubiera sucedido, y todo estuviera bien”, y eso es lo que pienso yo, cómo sería todo si Emilio estuviera acá, seguramente jugando con Emma, y yo estaría preocupada en planificar su fiesta de cumpleaños número 2.

Al final creo que uno, sin darse cuenta, sí termina siendo un poco masoquista…pero no es a propósito. En mi caso, siempre he sido muy soñadora y a veces vivo más en mis sueños que en la realidad, y en mis sueños, todo está bien.

No voy a decir que no soy feliz ahora porque claro que lo soy, tengo una familia increíble con un par de hijas maravillosas en la tierra, pero mi felicidad jamás estará completa porque mi primer hijo, mi amorcito mayor, mi principito, no está aquí para llenarlo de amor como a sus hermanitas.
Duele mucho querer darle siquiera un besito en sueños, pero la verdad es que desde que se fue, no lo he soñado.

Han pasado exactamente 1 año 5 meses y 15 días desde que partió, y en ese tiempo, no negaré, y no me juzguen los creyentes de diversas religiones, que aunque soy un poco católica, le he rogado a cualquier “ser supremo” que pudiese existir o no, para que me permita ver donde sea a mi hijo y poderle dar un enorme abrazo. Nada me ha funcionado, y es por eso que ya casi no creo en nadie.
Y es que a veces sí me pregunto cómo puede existir tanto dolor en el mundo como este, perder un hijo.
Creo que por eso me dan tanta rabia las personas que abandonan a sus hijos o los maltratan. No saben la surte que tienen de tener una personita tan pequeñita que proviene de ustedes, haya sido hecho con amor, con odio, con lo que sea, pero es un ser chiquito que solo ha llegado al mundo con ganas de vivir y cambiar sus vidas para bien, porque eso es lo que hace un hijo, así piensen que solo les trae “problemas”, después se van a dar cuenta de que no es así. Ese pequeño ser, los eligió a ustedes para que le enseñen a vivir y los ama infinitamente.

Emilio me enseñó muchísimas cosas buenas y malas de la vida, pero entre todo eso, lo que más rescato es el inmenso regalo que me obsequio desde que empezó a formar su cuerpecito dentro de mi vientre, el regalo de ser mamá.
Soy mamá por él. No puede haber dicha más grande en el mundo que ser mamá, y sobre todo de un ser tan perfecto.

Discúlpenme los que son felices con sus estudios, sus trabajos, viajes, amigos, y mil cosas más, pero la verdad es que no existe felicidad más grande en el mundo que el ser mamá. Yo viví ese día tan increíble que fue el nacimiento de mi primer hijo, y aunque nació por “cesárea de emergencia” y no la pasé muy bien durante la operación, todo fue perfecto porque la personita que me pateaba por dentro con sus pequeños piecitos, salió al exterior con un llanto hermoso y pude mirarlo por primera vez a los ojitos y darle su primer beso. Y otro día realmente perfecto fue mi última noche en la clínica. Como Emilio había tenido que estar unos días en la incubadora, no lo pude cargar, pero esa noche, me lo dieron envueltito en su sabanita y lo pude abrazar por primera vez. Le toqué la carita y era tan suave. Pude darle de lactar así no me saliese nada en ese momento, pero estaba demasiado feliz. Las palabras simplemente no podían salir de mi boca, y ese día me pude dar cuenta que ese amor tan puro que siempre busqué, estaba en mis brazos en forma de bebé, de mi primer bebé, Emilio. 








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