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El Bosque-Cayma, Arequipa. Recuerdos de momentos, pequeños lugares y personas que jamás se olvidarán



Una casa en Arequipa; grande rodeada de pasto, mucho pasto, plantas y árboles en donde vivían Sofía, su madre, y sus hermanas; su padre no vivía con ellas. Era un condominio. Se llamaba “El Bosque”. No era la única casa, también había otras más, pero solo unas cuantas. Sofía era pequeña, tenía solo 4 años. Algunos días, sobre todo por las mañanas, le gustaba salir de su casa y correr hasta el medio del condominio en donde había unas mesas de madera, y bancos de forma cilíndrica hechos con troncos de árbol. Tomaba una rama de entre todas las que estaban regadas por  el pasto, y con la mano que tenía libre, inclinaba lentamente el banco para poder ver lo que había debajo de él. Siempre encontraba lo mismo; gusanos, cuatro gusanos. Eran gusanos gordos de color blanco y cabeza roja. Se enrollaban y formaban un círculo con su cuerpo. A Sofía le encantaba verlos, y con la rama, los tomaba lentamente para no hacerles daño. “Uno…dos…tres…cuatro… ¡listo!” decía; y con lo que ahora parecía un anticucho de gusanos, corría de vuelta a su casa para mostrárselo a su mamá. Y como era de esperarse, porque ya era costumbre… “¡AH, SOFIA! ¡Otra vez me traes esas cochinadas a la casa! ¡Sácalos de aquí!”, entonces, ella, regresaba al mismo lugar, triste porque no podía quedarse con los gusanos, y los dejaba exactamente donde los encontró, “Ya regreso mañana” les decía, como si ellos pudieran oírla.
 
A parte de su aventura gusanesca, gusanal, gusanera, gusa…lo que sea, le gustaba salir a caminar dentro de su condominio junto a su niñera, María. En realidad, siempre salían con un destino previamente establecido; ojo, establecido por María. Iban a donde estaba Jesús, el jardinero. Así es, a María le gustaba el jardinero, o tal vez ya eran novios, quién sabe, Sofía estaba muy pequeña como para saberlo, pero si podía notar que cuando ellos se veían, no podían dejar de hablar y hablar. “Anda a rodar por el pasto, Sofía, pero no te vayas a alejar de aquí ¿ya?” le decía María. Y como a Sofía le encantaba rodar y rodar por una pequeñísima “colina” de pasto que había cerca, no hacía otra cosa más que jugar ahí. Sin embargo, llegaba un momento en que se aburría, y entonces, buscaba el árbol más cercano para intentar treparse como lo hacía su hermana mayor, que por cierto, era una muy buena escaladora. “¡Uy, Mira! La Sofía se va a subir al árbol” le advertía Jesús a María, cuando se daba cuenta que ya estaba empezando a trepar. “¡Esta chiquita traviesa! Cómo quiere hacer lo mismo que su hermana. Ya parecen monos” decía ella, mientras caminaba hasta donde estaba Sofía, y la bajaba, de lo poco que había subido, al pasto.  “Mejor, ya me la llevo a la casa antes de que se me escape por algún lado. Nos vemos pronto…” le decía  a Jesús, despidiéndose con una sonrisa coqueta. Y así, María y Sofía, caminaban de vuelta a su casa. “Sofía, no le vayas a decir a tu mamá que hemos estado con Jesús, ah. Si te pregunta, solo lo vimos un rato, porque después, me va a estar molestando con él.”

Al llegar la navidad, el papá de Sofía le regalo una muñeca; una muñeca que venía con muchos accesorios como, un bacín, un plato de comida con una cucharita, sobrecitos de jugo artificial en polvo, un vasito pequeño, pañales, y una especie de mochila que servía para cargar a la muñeca en la espalda.
Sofía, jugaba todos los días con ella, le gustaba sentarla en el jardín, prepararle su jugo, darle de beber, y finalmente, cambiarle el pañal o sentarla en el bacín.
Alejandrita (Sí, Alejandrita, no Alejandra), la hija de la señora que trabajaba en la casa de sus vecinos, y solamente un año mayor que ella, siempre la veía de lejos; así que un día, Sofía, la invitó a jugar. Alejandrita, tímida, dijo que no. Sin embargo, poco a poco, se fue acercando hasta donde estaba Sofía, hasta que, finalmente, ya estaba prácticamente a su costado. “Toma, dale su jugo” le dijo Sofía, dándole el vasito en la mano, “Pero es una muñeca, y las muñecas no pueden tomar ni comer” respondió Alejandrita, rechazando el vasito. “Mira, ella sí” añadió Sofía, dándole de beber a la muñeca. Alejandrita se quedó sorprendida “A ver, yo quiero”, “¡No niña! Esto no podemos tomar las personas” dijo Sofía, llamándole la atención. “No, tontita. Yo quiero darle de tomar a la muñeca”, “¡Ah ya! Bueno, dale, pero poquito porque yo ya le di”.
Así se pasaron jugando todo el día las dos. Pero, como ya se hacía tarde, Sofía tenía que entrar a su casa “Ya me voy, jugamos mañana ¿ya?”, “Ya, pero ¿Me prestas algo para jugar en mi casa?” le preguntó Alejandrita. “Toma, te regalo su plato y la cucharita” contestó Sofía, dándole las cosas. “Ya, gracias amiga. Chau”.
Los días siguientes eran iguales, salir a jugar con Alejandrita, y a la hora de la despedida, Sofía siempre terminaba regalándole algún accesorio de la muñeca, los cuales, Alejandrita, siempre los perdía por alguna razón. Al parecer, Alejandrita no pudo con su conciencia de niña, y le dijo la verdad a Sofía: “Es que yo no tengo muchos juguetes”. “¿En verdad?” preguntó Sofía, seguido de un silencio que rodeaba a las dos. “No te preocupes, si quieres te regalo mi muñeca”. “¿En serio lo harías?” preguntó Alejandrita asombrada, “Sí, toma. Pero cuídala mucho” dijo Sofía, entregándole con tristeza la muñeca. Estaba triste porque a ella le encantaban las muñecas, y esa se había convertido en una de sus favoritas, pero, también sentía una extraña alegría y satisfacción de lo que significaba compartir y darle al que no tiene. Claro que ella era muy chiquita para entender lo que significaba su acción, pero lo hizo. Lo hizo por saber que una niña, su amiga, iba a disfrutar de la muñeca tanto o más de lo que ella lo había hecho. Ese día, Sofía, se sintió muy bien.
Pasaban los días, y Sofía seguía disfrutando su vida de niña en Arequipa. Disfrutaba hasta los momentos que la hacían llorar, como cuando se hincaba la mano siempre con el mismo cactus de color blanco pensando que era un choclo, o cuando se quedó atorada dentro del auto pequeño de madera, similar al de los picapiedras, que sus hermanas habían construido con los vecinos. También se divertía viendo las mismas películas de Disney una y otra vez con María. Le gustaba que su papá la llevara a comer a un lugar parecido a un café que estaba al costado de un grifo, y pedirse una hamburguesa con queso acompañada de su rica 7up. O cuando su mamá la bañaba con sus jabones en forma de animales. También, se alegraba mucho disfrazándose con sus hermanas para Halloween. Y además, le gustaba jugar sola en su cuarto, armando su mini supermercado con comida de plástico y carritos de compras.

Sofía era muy feliz viviendo ahí. No pasó mucho para que ella y su familia se fueran a vivir a Lima otra vez después de casi 3 años de haber estado en Arequipa. Y por supuesto, su felicidad siguió creciendo, pero, esos recuerdos y buenos o malos momentos que dejó allá, además de las personas que conoció, los guarda en su corazón como su más grande tesoro. Un tesoro que ojalá se pudiera volver a ver, pero todos sabemos que es imposible. El tiempo va para adelante, no para atrás.

4 comentarios:

  1. Te felicito has podido describir la curiosidad , la sencillez, la dulzura e inocencia de los niños y has logrado que los adultos añoremos esos momentos muy bueno sigue adelante..

    Ishabethel

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  2. Que ternura, me gustaria casarme contigo

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