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Niña loca o mamá responsable?


Ser mamá me ha cambiado tanto la vida. Jamás imaginé llegar a los 23 años, con dos hijos y uno creciendo dentro de mi vientre. Eso me convierte en mamá de 3; qué locura.


Cuando salí del colegio, a los 16, no sabía qué quería estudiar, no sabía qué iba a ser de mi vida, no sabía ni siquiera qué era la vida.
Mi respuesta al “Cómo te ves en un futuro de aquí a 10 años?” siempre era la misma; “feliz, seguramente con mi propia familia, no creo que trabaje porque yo quiero dedicarme al 100% a mis hijos hasta saber que es momento de “dejarlos volar”. Me gustaría tener un trabajo pero desde casa. Con respecto a mi forma de verme por dentro y por fuera, me encantaría seguir pareciendo una niña porque eso quiere decir que cuando sea vieja, pareceré joven. Y me gustaría seguir siendo la misma loca (en el buen sentido) que vive sus días como si fueran el último, juntarme con las personas que realmente me agradan y mandar a la m*** a las que me llegan, con la misma facilidad con que lo hago ahora. Quiero seguir siendo la misma soñadora que es feliz gracias a esos sueños.”
Mi cabeza funcionaba así; a pesar de estar encerrada en una habitación sin mucho que hacer, mi mente estaba en cualquier lugar del mundo viviendo las mil y un aventuras, sola o con quien quisiera. La mayor parte del tiempo era sola pero por donde pasaba, todos querían saludarme y se alegraban de verme. Imaginar tanto hacía que me sienta feliz a pesar de que en “la realidad” no tenía claro cómo iba a logar mis sueños. No tenía que preocuparme mucho por el qué iba a estudiar porque mi papá ya lo había decidido por mí.

Pasaron 4 años, y todo en mi vida, comenzó a cambiar. Mi última “locura” fue poder enfrentarme y decirle NO a lo que no quería definitivamente en mi vida. Luego de haberme cambiado 2 veces de carrera ya que ni la ingeniería ni el derecho iba conmigo, decidí dejarlo todo porque estaba cansada de perder el tiempo y hacerle perder dinero a mi papá. Pero tenía miedo, habían tantas personas, incluido él, que realmente querían verme como una mujer titulada en alguna de esas carreras, pero por más que intenté, no pude. No pude porque todos los cursos los jalaba, no podía forzarme a estudiar algo que no me entraba en la cabeza. Los que realmente me conocían y sabían cómo era yo, me decían “Tú que haces estudiando eso? Tu forma de ser no va con lo que estudias! Es lo que realmente quieres para tu futuro?”
Mis respuestas; no sé, ya lo sé, no. Y al final siempre añadía un pero…
“…pero es lo que mi papá quiere y yo no puedo desentonar en la familia y ser la niña rebelde que no sabe qué hacer con su vida, y además, no me van a pagar la carrera que realmente quiera, ya me dieron a escoger entre ingeniería, derecho, medicina o algo que tenga que ver con ser militar, y la verdad es que yo quiero ser comunicadora, o algo que realmente sé que va ir conmigo…”
A lo que me respondían “Bueno, pero entonces termina de estudiar algo de eso y luego estudias lo que tú quieres”. Claro, qué fácil suena decirlo, pero mi forma de ser es así, si algo no me gusta de corazón, por más que me esfuerce y trate de cambiar mis gustos, lo haré mal, súper mal, porque mi cerebro se bloquea en señal de defensa.

Es por eso que después de haber tratado de estudiar 2 carreras que no pude llegar a querer de verdad, decidí escapar de todo y dejarme llevar por mis sentimientos. Ya no quería pensar con la cabeza, quería hacerlo con el corazón.

Poco tiempo después de haber tenido claro lo que NO quería en mi vida, conocí a mi esposo, un hombre que a pesar de que tal vez no estaba de acuerdo en que lo deje todo, quería verme feliz.
A ese hombre que quería verme feliz, casi nadie lo quería, casi nadie de los que eran parte de mi vida. Ni siquiera lo habían conocido pero ya lo juzgaban mal. Qué lástima, porque justo yo había decidido dejar todo lo que bloqueaba mi felicidad.

Como dije antes, lo dejé todo, literalmente. Dejé mi vida de niña loca, rebelde e indecisa, que solo trae problemas, para ser la chica que tiene claras las cosas, fuerte y aún algo loca, pero ahora sí sabía que no iba a poder decepcionar a nadie más. Estaba muy triste, pero a la vez sabía que a la larga, iba a poder ser feliz yo, y los demás.
Estoy segurísima que si me hubiera quedado ahí, todos hubiéramos estado mal. Mi familia se hubiera decepcionado mucho más de mí al pensar que solo malgastaba mi tiempo y el dinero. No hubiera podido hacer feliz a mi papá como realmente lo hubiera querido. Por otro lado, yo tampoco hubiera sido feliz, además, había encontrado al amor de mi vida, y no me dejaban estar con él. Era un verdadero caos.

Al irme así como así, cometí la última pero la más grande decepción a mi familia. Y en verdad lo siento muchísimo. A mí me dolió y a veces aún me duele recordar ese día. Pero sé que fue lo mejor, aunque tal vez algunos aún no lo comprendan.
Yo ya había jugado todas mis cartas para tratar de “llevar la fiesta en paz”, y tuve que jugar esa última porque es la que me quedaba.

 Al llegar a mi nueva vida, aún me sentía como la persona que había dejado atrás hace unas horas. Pero ahora, en vez de tener a papá y mamá, a mis hermanos, a las personas que trabajan en mi casa que ya eran y son parte de mi familia y a mis mascotas, tenía al amor de mi vida, y a mi conejito que también lo llevé conmigo.
Aún no podía creer lo que había sido capaz de hacer, pero lo hice, eso era lo que quería y ahora sí, estaba dispuesta a ser feliz haciendo lo que yo quisiera al lado del hombre que me hacía tan feliz y sabía que compartía el mismo sueño que yo, formar nuestra propia familia.

Pasaron los meses y yo me fui sintiendo mejor conmigo misma. Cada vez me sentía más segura de lo que estaba haciendo. Aunque no negaré que tenía días en que solo quería regresar el tiempo y volver a los brazos de mis papás y ser su niñita loca. Extrañaba el discutir por sonseras con mi papá, hablar con mamá y que ella intuyera lo que me pasaba antes de contárselo, estar con mis hermanas y tratar siempre de imitarlas, jugar a pellizcarnos con mi hermano, mi gordito. Hablar y reírnos con las personas que trabajaban en mi casa, siempre fueron tan buenos y atentos conmigo. Y jugar con mis perritos, sobre todo con shainita, mi hijita, que según yo me entendía todo y cuando yo lloraba, ella decía “auuuuuuuuuuuu”.
Era obvio extrañar lo que por toda tu corta vida fue eso, tu vida, y aunque cuando creces te das cuenta que no están yendo todos por el mismo camino, duele mucho tener que volar, así, tan pequeña e inmadura.

Con el tiempo fui aprendiendo cosas que jamás imaginé que debería hacer yo solita; cocinar, lavar, planchar, ordenar una casa, caminar CON zapatos para no ensuciar las medias, porque ahora sí entendía cuando me decían que duele las manos refregar y refregar la mugre para sacarla.
Aprendí que el dinero no viene por arte de magia, y que cada moneda, cuenta; ya no podía pensar en comprarme golosinas todos los días, porque si a lo mejor ahorraba ese dinero por más días, podíamos pagar las cosas, o comprar algo que se necesite en el hogar.
Adoptamos una bella perrita, y ahora sí entendía lo difícil y trabajoso que era cuidar de ella, atenderla, enseñarle a no morder las cosas, y limpiar sus berrinches.
Aprendí que no podía hacer 4 tazas de arroz como lo hacían allá porque nosotros solo éramos dos personas y con 1 bastaba.
Aprendí que es mejor no dejar la luz prendida y el agua corriendo cuando en verdad no las usas.
Aprendí que ya no podía dormir escuchando música con los audífonos puestos porque ahora tenía alguien a mi lado con quien compartir.
Aprendí que una mujer no es la que se dedica a hacer todo en la casa; mi esposo me enseñó que él también puede, y así es como nos repartimos las tareas.

Aprendí mucho en todo este tiempo, y también tuve que cambiar muchas cosas en mi forma de ser, cosas en las que sí estoy de acuerdo y otras en las que no.

Perdí un poco mi imaginación, mi forma soñadora de ver las cosas, y eso es algo en lo que no estoy de acuerdo, yo quiero volver a ser esa niña-chica que puede estar sola y es feliz porque su mente se va a donde quiera.
Me he vuelto un poco “débil” en el aspecto que si me molesta la presencia de alguien, no puedo mandarla a la m***, encima he dejado y dejo que hablen mal de mí en mi cara, y aun así, yo me quedo callada; ya no tengo el valor de enfrentarme porque prefiero “que todos estemos bien”, pero no es así, yo no era así, si alguien me molestaba, tal cual una piedra en el zapato, la agarro, la saco y la tiro muy lejos.
Me encantaba sentir esa adrenalina de ser “la niña loca” que se reía de todo, bromeaba, hacía travesuras y se retaba a ella misma.
Ahora, ya no puedo, tengo que estar más calmada, tampoco me apetece mucho nadar contra la corriente.

Al pasar el tiempo de aquel día que me fui de casa, me casé, y formalicé mi relación con el amor de mi vida, como era de esperarse, ninguno de mis familiares fue a la ceremonia, que por cierto fue civil no religiosa, solo mi tía y mis primitas.  Por parte de mi esposo, si asistieron alegres todos sus familiares.
Dos meses después nació mi primer hijo, Emilio. Él fue como un milagro que bajó del cielo para tratar de unir a las familias, y a sus 3 cortos mesecitos volvió allá arriba, dando por terminada su misión. Ese acontecimiento, marcó una gran franja entre la niña loca y la mamá confundida que solo quería volver el tiempo atrás. Solo estaba segura, que si mi esposo y yo, volvíamos a ser padres, sería en un buen tiempo, pero Emilio lo planeó diferente y a la semana de haber regresado al cielo, mandó a que un test de embarazo me diga “mami, no llores, aquí te mando a mi hermanita que te acompañará en la tierra, y por cierto, ya tienes 1mes”.
Esa noticia fue el rayito de luz que le dio esperanzas a mi vida. Cuando yo me sentía morir y no quería ni tratar de ser feliz, llegó ese arcoíris que apareció después de la tormenta.

El siguiente verano, con exactamente 11 meses de diferencia con su hermano, llegó Emma; mi bebé arcoíris.
Mi pequeña hija me ha enseñado muchas cosas hasta ahora. Una de ellas es que no puedo volver a ser esa niña loca y rebelde que era antes, ya no.
Gracias a un libro hermoso que me pasó mi cuñada, pude entender que ella es la representación de mis sentimientos, en pocas palabras, el libro te explica muchísimo más pero en unas cuantas palabras es eso, que tu bebé, no es que llore porque esta aburrido o porque es berrinchoso, sino que está sintiendo lo que tú estás sintiendo por dentro, quizás algún problema que no puedas resolver, quién sabe, pero antes de preocuparte en calmar a tu bebé y juzgarlo de inquieto y engreído, preocúpate por ti y en sanar la herida que puedas tener.

Cuan cierto es eso, yo la veo a Emma y muchas veces me veo a mí. Muy aparte de lo que dice el libro, muchas veces me he sentido así o querido ser solo eso, un bebé.
Un bebé al que se le permite hacer de todo y descubre su pequeño mundo haciendo travesuras, y como es solo un bebé, nadie le puede decir nada, porque aún no entiende. No tiene mayor preocupación que dormir, comer y jugar. No existen responsabilidades en su vida, y tampoco tiene que andar agradándole a todo el mundo. Si quiere llora y patea a quien no quiere que lo cargue y sonríe a quien sí le cae bien.

Ella es esa niña que yo quise ser, y ahora, este tercer bebé que crece en mi vientre, ha venido para aclararme que ya no es así, es momento de crecer y ser adulta de una vez.
A pesar de tener solo 23 años, yo decidí ir por este camino, el camino de la felicidad.
Ahora soy la que manda en la casa, junto con mi esposo. La que también toma las decisiones correctas para poder darle a mi familia una vida mejor. Soy la que cuida y cría a sus hijos para que sean personas de bien en un futuro, y aprendan que su felicidad está primero.
Soy la mamá que aún debe mantener ese equilibrio entre niña y adulta. Soy la joven que aunque sea mamá y tenga responsabilidades, aún puede seguir soñando e imaginando.

Soy lo que elegí ser. Soy feliz, pero nunca se es lo suficiente, y eso es lo que seguiré buscando toda mi vida, ser una bebe, niña, joven, mujer, mamá soñadora, que siempre querrá ser aun más feliz.





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