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La llegada de Emilio


36 semanas y 1 día de embarazo, en la mañana

“Me están dando unos dolores muy parecidos a cuando me venía la regla, también me duelen los riñones…no me siento muy bien”
Mi esposo sugirió ir a emergencias si es que el dolor no me parecía tan “normal”, así que yo le dije que estaba bien, esperaríamos hasta la tarde para ir. No creía que sería algo muy grave, pero el dolor sí era incomodo y pensaba que quizás me podían aliviar con alguna pastilla o qué se yo.


Casi las 6 de la tarde

“Ya, ahora sí vamos a la clínica, amor. Por si acaso, solo por si acaso hay que llevar el maletín con las cosas del bebé”
También le hubiera dicho a mi esposo para llevar nuestro maletín en el que teníamos nuestra ropa ya preparada, pero me parecía muy “exagerado” porque aún faltaban semanas para que nazca el bebé. Así que solo nos acompaño hasta la clínica, la ropita del bebé.

Una vez en la clínica

Pasé por emergencia y de frente me mandaron a monitores para ver si tenía contracciones. La máquina también monitoreaba los latidos del bebé, y después de casi una hora, me dijeron que sí tenía contracciones, no fuertes, pero sí las tenía, y que con cada una, los latidos del bebe bajan del mínimo normal. Lo que significaba que había “sufrimiento fetal”, y el bebé no iba a soportar contracciones más fuertes y menos un parto, o por lo menos no se iban a arriesgar a que el bebé siga sufriendo y posiblemente le pase algo malo.
Llamaron a mi doctor y el llegó en menos de dos minutos a la clínica, “Como ya te han explicado, los latidos de tu bebito bajan con las contracciones, y a eso se le llama sufrimiento fetal. Sus movimientos están bien, pero lo de los latidos sí nos preocupa, así que te haremos una cesárea de emergencia y…hoy nace tu hijo!”

Después del shock

Mi esposo y yo soltamos mil lágrimas y risas nerviosas. Estábamos emocionados porque por fin tendríamos a Emilio con nosotros, sin embargo, también estábamos asustados por saber si todo andaba bien con él, además que aún no había llegado a la semana 37 que era mi fecha “término”, y por lo tanto, sería prematuro, por días.

“Necesito ir al baño, la noticia me ha tomado de sorpresa, y a mi estómago también…” “Puedo ir al baño?” Le pregunté a una de las enfermeras. “Sí, sí, pero debes regresar rápido porque tenemos que prepararte para la operación”.
“¿Prepararme? ¿A qué se refieren? Jamás me han operado de nada, solo de las muelas, y para eso no me tuvieron que preparar” Eso es lo que pensaba en ese momento, me sonaba a que no la iba a pasar muy bien.

Luego de ir al baño

Le pidieron a mi esposo que, por favor, saliera del pequeño cuarto de emergencia en el que estábamos, para que pudieran proceder con la preparación. En ese momento, el tiempo empezó a correr, así como las personas que iban entrando y saliendo  del cuarto. Una persona me hizo firmar unos papeles que no recuerdo bien que decían, otra me ponía pinzas en el pecho para hacerme electrocardiograma, otra  me depilaba no se qué, otra me ponía una bata y me vendaba las piernas, otra me ponía una vía; y así se iban pasando los minutos.

“Ya vamos, vamos!” gritaba una enfermera, mientras que otras u otros, no recuerdo bien, me sacaban del cuarto en la camilla, a paso acelerado, y la empujaban por los pasillos, me metían a un ascensor, luego me sacaban y finalmente, ingresamos a la sala de partos.
Para esto, mi esposo, al que por cierto no lo vi en todo ese trajín, apareció en la puerta de la sala, y en los pocos segundos que tuvimos me preguntó si iba a la casa para recoger nuestras cosas, y me dio un beso de “despedida, éxitos, buena suerte, etc”.

Dentro de la sala de partos

Una vez ahí, siguieron empujando la camilla unos metros más hasta la sala de operaciones. Ahí me esperaban más enfermeros, la anestesista y el doctor. Todos preparándose con sus uniformes.
Me pidieron que me pase a otra camilla y me quitaron la bata.
Hacía demasiado frío, yo estaba totalmente desnuda, con una luz súper fuerte iluminándome, una música country de fondo para ponerle más emoción al ambiente, y mi doctor alistándose a lo lejos, y mirándome con cara de “pobre desnuda”.

Comenzó lo divertido

Una enfermera trajo un líquido naranja, y con un algodón enorme, me empezó a untar por toda la barriga y las piernas. Ahí es cuando mi cuerpo empezó a temblar sin control. No podía dejar de hacerlo aunque quisiera; mis brazos y mis piernas se movían muchísimo. “Tranquila, relájate” me decían, pero mi cuerpo no me hacía caso. Era imposible.

“Ya, ponte de costado y encógete bien, sin moverte. Rápido hijita, rápido” me decía la anestesista, apurada y malhumorada. La enfermera me ayudó a hacerme “bolita” y ahí es cuando sentí una aguja que me atravesaba la espalda “No te muevas, ah!” me decía la anestesista. No sentía dolor, solo un poco de presión y ardor. “ Que no te muevas, caramba! Si no te voy a pinchar mil veces, ah!” me dijo por haberme movido un poquitito.

Una vez con la anestesia puesta, el doctor preguntaba por algún instrumento quirúrgico que faltaba. “Apúrate pues! Esto es una E-MER-GEN-CIA! Y no te vas a estar tomando tu tiempo, así que empieza de una vez” gritoneaba la anestesista al doctor.
Me ataron los brazos en posición de crucifixión, y  me pusieron en el dedo un aparatito para monitorear mis latidos.

“10:00 PM ESTÁ EMPEZANDO LA OPERACIÓN” dijo en voz alta el doctor y con el bisturí le hizo un corte a mi barriga. Según yo, sentía todo, y también un poco de dolor. Nadie me creía, pero todo el tiempo les decía que me dolía y que si me podían poner algún medicamento (durante la operación) o lo que sea, pero que estaba sintiendo dolor, y que creía que no era normal. Arroz. Ni caso.
“No hables” me decían todos. Pero la única forma de distraerme era hablando. Por momentos sentía que me iba a dormir y escuchaba que mis latidos disminuían, luego me agitaba mucho y mi corazón se aceleraba. No me sentía nada bien, pero sabía que si nadie me hacía caso, yo tenía que controlarme y tratar de tranquilizarme, así que empecé a rezar. Eso, en verdad me calmó.

“10:02 PM NACE EL BEBÉ” dijo nuevamente en voz alta el doctor. Al instante sentí un tirón muy fuerte, luego un vació en la panza, y finalmente un llanto con mucha fuerza. No era el mío, definitivamente, yo lloraba en silencio. Era el llanto de mi hermoso bebé.
No lo voy a negar, yo en ese momento seguía pensando en que todo me estaba doliendo, solo que ahora también pensaba: “No puedo creer que sea el llanto de MI hijo. Qué bueno que lloró, eso quiere decir que sus pulmoncitos están bien. Pobrecito Emilio, estaba tan cómodo aquí conmigo, y debe ser feo que lo hayan sacado así de rápido y brusco. ¿Por qué no puedo verlo aún?”
Y en eso, la enfermera me dijo “Mira para la izquierda, van a acercarte a tu bebé por acá”.
Y así fue, otra enfermera me acercó a Emilio diciéndome “míralo, aquí está tu hijo”. Solo atiné a decirle “hola, mi amor” y darle un beso en la cabecita. Luego, me dijeron que lo tenían que llevar a revisarlo, bañarlo y todas esas cosas. Yo me quedé ahí, con la panza abierta como por 20 minutos más. Era feísimo. Me jalaban la piel, me aplastaban la vejiga, me movían todos los órganos, prácticamente, sentía que jugaban “operando” conmigo.
Yo seguía sintiendo todo, pero ahora, mi mente y mi corazón estaban enfocados en Emilio.
“Ya soy mamá” me decía a mi misma sin poder creérmelo aún.

“Ya vamos a terminar, tranquila” dijo el doctor, terminando de cocerme la piel, “Listo, hemos terminado. Todo ha salido muy bien”.
Las enfermeras me daban las últimas indicaciones y el doctor se retiraba de la sala felicitándome y diciendo que todo fue “un éxito”.

Después de la operación

Me volvieron a pedir que me cambie de camilla, pero esta vez sí me costó. No me dolía nada, ni la herida. Pero mis piernas y mi cadera estaban débiles y mi cuerpo cansado y resentido porque sentía que habían jugado tetris con mis pequeños órganos.
Me taparon con una manta muy gruesa y caliente que por fin pudo detener los temblores de mi cuerpo. Gracias y mil gracias a las enfermeras por esa manta. La sensación de por fin sentir calor luego de un espantoso frío, sin exagerar, es simplemente increíble.

Finalmente me sacaron de la sala de operaciones y me mandaron a la sala de recuperación a descansar por 5 horas. Paz. Nada de dolor porque me ponían muchos medicamentos. Y mi mente enfocada solamente en mi bebé. No lo podía creer. Todo había pasado tan rápido que pensaba;  “Ayer en la madrugada estaba de lo más tranquila durmiendo con mi esposo, solos los dos;  y hoy en la madrugada estoy aquí, en la clínica, recuperándome de la cesárea, ya con mi hijo en el mundo…y yo solo vine hace horas por unos dolores, con mi gran panzota dura, la cual ahora solo es una barriga aguada, llena de gases por andar hablando durante la operación.”

Por fin en mi habitación

Casi 3:30 de la madrugada, la enfermera me traslada de la sala de recuperación a mi habitación. Por fin a descansar y ver a mi esposi para contarle todo lo que pasé, y escuchar qué pasó con él durante todo ese tiempo.

Llegué a mi habitación y ahí me esperaban él y su mamá. Les conté cómo me fue en la operación, y lo poco que pude ver a Emilio, pero lo hermoso que era. Luego mi esposo contó lo que había hecho desde que me ingresaron a la sala de parto. No fue necesario que diga mucho, me imaginé que había ido a la casa por nuestras cosas, ya que en la habitación estaba nuestra ropa, y otras cosas más que él había pensado que me gustaría tener ahí, como mi cojín de lactancia. Tan bello él.
También nos dijo que el pediatra había hablado con él y que al bebé lo habían puesto en la incubadora por ser prematuro y tener su respiración un poco agitada.
Yo sabía que Emilio iba a estar bien. Al fin y al cabo, yo lo vi “nacer”, y yo era (soy) su madre. Intuición de madre…

El último día en la clínica

Durante esos días en la clínica, solo nosotros (los padres) podíamos ir a ver al bebé a la sala de neonatos. Al mismo tiempo, el pediatra, nos iba informado del avance de Emilio. “Todo va mejorando, pero no sabemos cuánto tiempo más vaya a necesitar estar en la incubadora” decía. “Pero, se va a poder ir conmigo de alta?” preguntaba yo. Y él solo me decía que no sabía aún, que todavía podían pasar días…

Sin embargo, el último día, en la madrugada, una enfermera nos tocó la puerta de la habitación, y entró empujando una cunita en donde estaba Emilio. “Ya señora, para que le dé de lactar”. No lo podía creer. Lo último que supimos del bebé era que estaba en la incubadora, pero al parecer se recuperó, y finalmente lo pusieron en la cuna, lo cual significaba que ya estaba todo bien.
Mi esposo y yo nos emocionamos muchísimo. Lo pudimos tocar por primera vez. Lo abrazamos, lo besamos y estuvimos un buen rato con él sin creernos aún que, por fin, estábamos juntos los tres.

Ese mismo día en la mañana nos lo volvieron a llevar a la habitación y otra vez pudimos disfrutar más de él.
Horas más tarde, nos visitó el pediatra: “Buenas noticias, Emilio ya puede irse con ustedes”.
Más y más emoción. Por fin se respiraba tranquilidad y felicidad en nuestra habitación.
Al medio día salí de alta con mi esposo y mi hijo en brazos. Finalmente había pasado lo peor, y nuestra familia, ahora sí estaba completa.

Felices los tres, llegamos a casa. Y hoy, después de tres semanas, seguimos aquí, en nuestro hogar; conociéndonos cada día más, aprendiendo y creciendo juntos, amándonos sin control, y sonriendo por lo afortunados que somos de tenernos unos a otros…para siempre.

1 comentario:

  1. Que Dios bendiga a la nueva familia, a las que somos madres hemos recordado contigo el momento tan sublime de ver por primera vez a nuestro hijo, y cuando tengas alguna "peleita" con tu esposo vuelve a leer la ultima frase..
    Felicidades
    Ishabethel

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