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La Ñañita


Yo tenía un año cuando me la regalaron, era preciosa, tenía el cabello largo y rubio, los ojos azules con unas pestañas muy bonitas, y llevaba puesto un vestido blanco con dibujos de payasos y corazones. Me gustaba dormir con ella, y a pesar de que su cuerpo era de tela y no hacía nada en especial, era mi muñeca favorita. Su nombre era Ñañita. Así es, Ñañita.

Fui creciendo, cada vez tenía más muñecos, a algunos les podías dar su comida en sobre y después lo botaban por el pequeño agujero que tenían entre las piernas; otros hablaban y te pedían que los abraces, les cuentes un cuento, etc.; algunos tenían la piel muy suave y casi semejante a la real. Finalmente, un par de ellos venían con sus accesorios, tina, silla, cuna, coche, jacuzzi, cambiador, vestidor, comedor, sala de estar y muchas otras tonterías más. Sin embargo, la Ñañita, a pesar de su simpleza, era la mejor para mí.

Mis padres se divorciaron, yo era muy pequeña y fue muy duro para mí. Muchas noches me desvelaba y me sentía mal, corría a mi repisa, agarraba a mi ñañita y la abrazaba muy fuerte.

Cuando mis amigas iban a casa, nos gustaba jugar a la peluquería, siempre le cortábamos el cabello a mis muñecas, y un día le tocó a la ñañita. Mi amiga y yo la sentamos en la silla, tomamos las tijeras de mango naranja, y empezamos a cortar y a cortar. Con un “¡listo!” terminamos el corte, -¡Quedó genial!- dijo mi amiga, y yo opinaba lo mismo que ella; sin embargo, creo que para la ñaña no fue tan agradable aquel cambio de look. Su cabello estaba demasiado corto.


Cuando tenía ocho años nació mi medio hermano, yo dejé de ser la engreída de papá; su atención hacia mí ya no era la misma de antes, me sentía sola. En los momentos que antes podía estar pasando con mi padre, ahora los ocupaba hablando con mi Ñañita; ella me escuchaba y me hacía sentir mejor.

Un día, limpiando cada uno de mis muñecos, me di cuenta que el ojo derecho de la ñaña estaba hundido y no tenía pestañas, no pude averiguar que le pasó, nadie sabía nada, así que simplemente lo ignoré y lo dejé así.

Mis amigos y mi familia empezaron a molestarme, todos me decían gorda. Cuando llegaba a mi habitación cerraba la puerta con llave, y me recostaba en el suelo. En eso veía una cabeza asomada desde la parte superior de mi repisa; era mi Ñañita. Yo le preguntaba: “¿Por qué me dicen eso? ¡Solo tengo once años! No sé qué debo hacer ¿Realmente estoy gorda?”. De pronto, la boca de mi muñeca parecía estirarse y sonreír. Y es aquel gesto, el que me hacía sentir bien; me sentía bonita.

Con el tiempo, me dejé de interesar por los muñecos, y es así como poco a poco me fui deshaciendo de ellos. Los que aún no estaba segura de regalar, los dejaba empolvándose en la repisa. Fue el caso de la Ñañita.

A los quince años empecé a salir a fiestas; a veces llegaba con unos cuantos tragos encima y nadie se daba cuenta. También comencé a fumar, lo hacía en mi habitación para que nadie me vea.

A los dieciséis comencé a tener problemas de alimentación, y toda mi vida entró en un “agujero negro”. Felizmente, meses después, me recuperé. Tuve un novio que fue al mismo tiempo mi pareja de promoción; sin embargo, días después terminamos. Nunca duré mucho con mis novios, ya que lo que yo sentía en ese momento era la necesidad de tener a alguien a mi lado y ya.

Entré a la universidad, y fue muy emocionante; me sentía más independiente, más libre. Conocí a muchas personas; muchos son actualmente mis amigos, otros ya no lo son.
Terminando el primer ciclo tuve un novio con el que duré siete meses. Fue la primera relación de novios mayor a tres meses que tuve; sin embargo, lo que se pensaba que era amor, resultó siendo obsesión.

Meses más adelante conocí a quien fue mi novio por casi un año, y me hizo pasar por mucho tiempo, los peores días de mi vida. Mentiras, sufrimiento, dolor, etc. Días grises en los que necesitaba apoyo, necesitaba que me quiten la venda de los ojos para poder ver aquel inconsciente estado masoquista en el que me encontraba.

Hace unos días miré mi repisa y estaba casi vacía, solo había tres peluches; y en una esquina, la misma de siempre, mi Ñañita. La tomé con mis manos, y la acerqué a mi pecho; con lágrimas en los ojos y la voz temblorosa, le dije gracias.
De pequeña fui feliz jugando con ella, y si estaba triste, tan solo bastaba abrazarla. Con el tiempo crecí, y prácticamente me olvidé de su existencia; hubo momentos en que me sentía sola, cuando no sabía con quién compartir tanta felicidad o cuando no sabía con quién llorar. Pero ahora me doy cuenta que nunca estuve sola, ella siempre estuvo ahí, sentada en la repisa, mirando y esperando que un día la tome entre mis manos y la vuelva a abrazar como antes lo solía hacer. Ella me conoce más que nadie en el mundo, sabe estos y mil y un recuerdos más. Pequeños momentos que marcaron mi vida; alegrías, tristezas, aventuras, travesuras, amores, y desamores que, solo la Ñañita, puede entender.

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