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No es lo que parece

 
Hace casi un mes fui a mi ex-universidad para recoger unos documentos que necesitaba. Había mucha gente, demasiada. Entré al “centro de atención al alumno”, saqué un ticket, y me senté en una de las sillas para esperar mi turno. Miré el panel digital en donde indicaban los números de atención y los módulos a donde teníamos que dirigirnos. No veía casi nada, no distinguía bien los números. Sé que debo usar lentes, pero aún no encuentro mi medida exacta.
Estaba nerviosa porque no sabía si ya tocaba que me atiendan o no. Me daba vergüenza pararme para ver más de cerca o preguntar. Todos estaban sentados y la pantalla no estaba tan lejos de mí, sin embargo yo no veía bien.

Tuve una idea. Saqué mi celular y lo puse en modo cámara de fotos, lo levanté apuntando hacia el panel digital e hice zoom. Ahora sí podía saber cuándo iba a ser mi turno. Me alegré.
Un chico alto se acercó a un módulo que estaba unos metros adelante mío y tapó casi todo el panel. Como yo había hecho zoom, ahora su trasero estaba en toda la pantalla de mi celular, pero inmediatamente saqué el modo cámara de fotos porque; primero, no quería tener eso en mi teléfono; segundo, su trasero no era tan bonito; y tercero, recordé que había más gente sentada atrás mío.
-No creo que alguien haya visto- pensé-pero voltearé a fijarme por si acaso-. Giré un poco la cabeza y vi a algunos mirándome con cara de espanto y cierta repulsión. Una señora mayor me veía a los ojos, y luego bajaba la mirada hacia mi mano en donde tenía agarrado mi celular, luego volvía a subir la mirada hacia mis ojos, y nuevamente bajaba a mi mano, y así sucesivamente.
Me puse roja, por unos segundos me metí en la cabeza de cada uno de los que me observaban, y me pude imaginar qué era lo que estaban pensando de mí. Enferma y pervertida.
¡Qué vergüenza! Yo solo quería ver mejor la pantalla. Lo juro.

De vez en cuando me gusta salir a caminar de noche o madrugada, no lo hago muy seguido, pero si cuando necesito despejarme un poco.
Una noche, salí a las 11:30 PM. Estaba con unos jeans sueltos, una casaca negra con capucha, y un par de zapatillas. Tenía mis llaves en el bolsillo, y los audífonos puestos con el ipod a todo volumen.
Caminaba, caminaba, hasta que empezó a garuar, así que me tapé la cabeza con la capucha. Seguí caminando y cantando sin importar que me escuchen. Total, las calles estaban vacías.
Casi a las 12:30 AM prendí un cigarro para calentarme un poco, y retomé camino hacia casa.
Una vez en la puerta saqué las llaves e intenté entrar. Estaba dura, no sabía que había pasado, pero así hiciera fuerza, la puerta no abría. Me molesté porque me estaba mojando cada vez más, así que comencé a patear la puerta para poder abrirla. En eso veo el reflejo de una luz azul; era el Serenazgo (Sistema de protección ciudadana y seguridad vecinal para mantener el orden y la tranquilidad pública).
El carro se había estacionado justo al frente de mi casa, y los dos “serenos”, habían visto lo que yo hacía.
No me dijeron nada, pero como estaban atrás mío, preferí intentar abrir la puerta con delicadeza. La llave entró suavemente, di un pequeño empujón, y por fin se abrió. – ¡Se había atorado, pero felizmente ya se abrió! Jaja – les dije a ellos en voz alta, pero no me respondieron.
Entré a mi casa y cerré lentamente la puerta. Me empiné para ver por el ojal, y después de unos cuantos segundos, se fueron.
¿Habrán pensado que yo era un ladrón? Seguramente, y no los culpo. Ver a una persona encapuchada, con un cigarro en la boca, dándole patadas a una puerta en horas de la madrugada, es algo inusitado.

Estaba pintando unas macetas en mi casa. Mi mamá quería que las pinte rojas, porque decía que así, las plantas verdes, resaltaban más.
El tiempo se pasó volando, y me acordé que había planeado ir al cine, ya que tenía un cupón de descuento que vencía ese mismo día.
Me lavé las manos, me cambié de polo, agarré mi cartera, salí de mi casa y tomé un taxi. Después de 15 minutos llegué al centro comercial. Caminé rápidamente hasta el cine. Compré mi entrada para una película que empezaba en 30 minutos, así que, entretanto, me fui a ver algunas tiendas de ropa.
En todas las tiendas a las que entraba, me daba cuenta que la gente me observaba mientras caminaba. Pero lo curioso era que no me veían a la cara, sino mucho más abajo. Y como tenía un short puesto, creí que me miraban las piernas. –Qué raro… ¿No me habré depilado bien? A ver… - pensé, y al mismo tiempo me veía en un espejo –…mmm… pero si está perfecto. Bueno, qué será…-.
Las personas no paraban de mirarme, pero esta vez me di cuenta que cada vez que yo me volteaba, sus ojos iban directamente hacia mi poto (trasero). -Claro... mujeres envidiosas. Y los hombres…son unos mañosos.- me dije a mí misma. Así que como ya “sabía” por qué me observaban tanto, no le tomé mayor importancia al asunto.
Regresé al cine, vi la película de lo más tranquila y feliz, y cuando terminó, me fui a mi casa.
Una vez en mi habitación, me puse la ropa de dormir. Cuando me quité el short, noté algo en él que me dejó absorta. Era una mancha grande y roja en la parte de atrás. No estaba con la regla (menstruación), y tampoco me tocaba.  Y viéndola bien, me di cuenta que era la pintura roja con la que había estado pintando las macetas. No era una simple manchita, era un manchón, y sí parecía la otra cosa.
Ahora ya entendía por qué me habían mirado casi todas las personas en el mall. Todos habrán pensado que era una descuidada y que me divertía andar caminando alegremente con una mancha roja en el poto.
Por favor, a todos los que me vieron. Realmente no es lo que creen que era. Solo era una mancha de pintura.


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